«Amigos»
Aquella tarde
Josema no esperó a Rafa como de costumbre. Cuando sonó el timbre, salió de
clase como una exhalación y ni siquiera volvió la vista al pasar por la clase
de su amigo, para evitar así que pudieran encontrarse como ocurría siempre al
acabar las clases. En el fondo no se sintió bien actuando de ese modo, pero no
tenía el valor suficiente como para mirarle a la cara después de lo sucedido en
el tiempo de recreo aquella misma mañana.
Rafa se detuvo más que de costumbre
cuando escuchó el timbre que marcaba el fin de la jornada lectiva ese día. A
pesar de que odiaba la clase de química, en ese momento deseó que la lección de
formulación no terminara nunca para no tener que ver de nuevo a Josema, su
mejor amigo. Se conocían desde que eran críos y para él era casi como un
hermano, pero después de lo acaecido esa misma mañana en el patio, pensó que
jamás volvería a dirigirle la palabra.
«Diecisiete años juntos ―pensaba
Josema― y ahora me sale con esto». En todos esos años de profunda y sincera
amistad, Josema nunca había pensado que su mejor amigo fuese gay, y mucho menos
que tardara tanto tiempo en confesárselo. Se sentía engañado, era como haber
compartido toda una vida con un perfecto desconocido. De camino a casa, la
imagen de Rafa le venía a la mente y sentía ganas de golpear alguna farola o de
darle una patada a alguna de las papeleras de la avenida. Sentía rabia porque,
en el fondo, no le gustaba que su mejor amigo fuese maricón.
Mientras Rafa cruzaba la arboleda
que conducía a su casa no dejaba de pensar en Josema. Solo suplicaba que por
favor no se lo contase al resto de su curso, con eso se conformaba. Asumía que
quizá podía perder a su mejor amigo, pero no quería pasar por la humillación de
que todo el mundo en el instituto le señalase por ser homosexual. «Ojalá
hubiese nacido en una ciudad y no en esta mierda de pueblo, joder» ―pensaba
Rafa preso del arrepentimiento que sentía después de haberle contado toda la
verdad a su colega―. Hasta ese día, nadie más conocía su verdadera orientación
sexual, entre otras cosas porque en el pueblo muy poca gente hablaba
abiertamente de esos temas. Rafa se sentía como un extraño, diferente a los
demás, y se preguntaba constantemente qué es lo que había hecho para tener que
vivir en una mentira constante con la gente a la que verdaderamente quería.
Al llegar a casa, Josema no quiso
comer nada y se encerró en su habitación alegando que al día siguiente tenía un
examen muy importante. No dejaba de darle vueltas al tema y comenzaba a
sentirse mal por su amigo. Por un lado, no entendía cómo Rafa había sido capaz
incluso de salir con chicas y hacerse el «machito» cuando se juntaban con la
pandilla, y por otro, en el fondo de su corazón, sentía una pena enorme por
haberle dejado tirado después de clase como si huyera de él. Tumbado en la cama,
se arrepentía de haber tratado a su amigo como si fuera un apestado. En ese
momento agarró su teléfono móvil para llamar a Rafa, pero se sintió incapaz de
articular palabra alguna. A Josema le costaba mucho mostrar sus sentimientos y
se veía torpe en ese tipo de situaciones, pero era consciente de que más tarde
o más temprano, tendría que hablar con él. Sin apenas darse cuenta, entre sollozos,
se quedó dormido aferrado a su almohada.
Al llegar a casa, Rafa no tenía
apetito. Su madre le insistió una y otra vez en que comiese algo, pero él se
inventó que había almorzado tarde y que prefería dormir un rato. Se encerró en
su dormitorio y allí comenzó a llorar en silencio, agarrando su almohada con
fuerza y desatando la rabia que sentía por haber perdido a su mejor amigo.
Cuando se tranquilizó, pensó que lo mejor sería faltar a clase unos días para
evitar el encuentro con él y dejar así que el tema se enfriara hasta no volver
a mencionarlo nunca más. Sabía que su relación ya no sería igual, pero estaba
seguro de que Josema lo olvidaría y no volverían a hablar del tema. Eran muchos
años de amistad como para estropearlo todo por una tontería así ―pensaba Rafa―.
Él seguiría fingiendo sin más hasta el ansiado día en el que poder marcharse a
la universidad y dejar por fin su hastiada vida en el pueblo.
Cuando se despertó de una siesta de
más de dos horas, a Josema le pareció haber dormido durante varios días
seguidos. Por un momento tuvo la sensación de que lo ocurrido con Rafa había
sido un sueño, pero rápidamente se dio cuenta de que no era así cuando sintió
un dolor penetrante que salía desde el fondo de su pecho. Se levantó de la cama
y decidió que iría a ver a Rafa para pedirle por favor que no volviese a
hablarle, que entendía su situación pero que se veía incapaz de seguir siendo
su amigo. Sin pensarlo dos veces, se vistió, salió a la calle y en apenas diez
minutos ya estaba frente al portal de la casa de su amigo. Llamó al timbre y le
pidió que bajara un momento. Rafa, con el pulso acelerado y con la boca reseca,
respiró profundamente antes de abrir la puerta de la calle y encontrarse con él.
Al abrir, Josema miró a los ojos de su mejor amigo y comenzó a llorar
abrazándose a Rafa como jamás antes lo había hecho. En ese momento, Rafa supo
que podría contar con Josema para toda la vida y, por primera vez, dejó de
sentirse como un extraño.
https://www.facebook.com/notes/mostrat/amigos-tom%C3%A1s-ferrando-elche-alicante/1895672280450641/
Vuelvo a leer tu relato y me sigo sorprendiendo...tengo la gran suerte de hacerlo siempre antes de que lo publiques y aún así no puedo de dejar de hacerlo, quizá porque es tan natural que pienso o mejor dicho me adentro en esas líneas...tu relato paso de semifinalista a finalista y nunca lo sabremos, pero estoy convencida que estuvo en las manos del jurado para hacerlo.
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